Omnes vulnerant, ultima necat

En ocasiones la ficción se adueña de la realidad mientras que la realidad no es más que mera ficción. La vida se contempla como una enorme representación donde cada uno de nosotros interpreta un papel, papel que no hemos elegido y que en más de una ocasión nos gustaría abandonar. Pero en el enorme teatro del mundo nadie deja la escena hasta el postrero momento. 

Para mitigar la sensación de fracaso que conlleva hacer un papel no deseado, muchos han optado por simular ser quienes no son. Para ello construyen sobre cimientos de barro personajes de cartón piedra, irreales, vaporosos, volátiles... Bajo la máscara de la desesperación interpretan papeles como si la vida no fuera más que una mera quimera. 

Béla Lugosi dio rostro durante décadas a uno de los personajes más inquietantes de la literatura y el cine contemporáneo: el conde Drácula. En sus años dorados Béla probó las mieles del triunfo y el reconocimiento. Su mirada aterradora horrorizó a miles de espectadores en las salas de cine de medio mundo. Pero el éxito no es eterno, y Béla tuvo que comprobar con enorme tristeza como los espectadores que en otro tiempo le adoraban pronto se olvidaron de él. Algunos directores como Ed Wood trataron de recuperarle con pequeños papeles, pero el ocaso de Lugosi fue inevitable. 

En sus últimos años, el actor, hastiado por su desesperante situación, enloqueció,  creyendo ser el mismo conde Drácula al que en tantas ocasiones había interpretado. Con frecuencia era contemplado  por las calles de los Ángeles con su atuendo vampírico, caminando entre las sombras y los misterios de la noche. Su representación concluyó un 16 de agosto de 1956, cuando la sangre que tanto ansiaba dejó de correr por sus venas. Al día siguiente fue incinerado en su ataúd con sus ropajes de vampiro. Cuenta la leyenda que sus últimas palabras fueron: "Yo soy el conde Drácula, el rey de los vampiros, soy inmortal...". Pero quién sabe, ¿fueron realmente esas sus últimas palabras?